CAMBIO DE PARADIGMAS
Por: Freddy Ponce
La sociedad neoliberal está agotada, hoy ya no es
capaz de dar respuesta a las necesidades actuales y menos a las futuras de los
ciudadanos en cuanto la conformación de una nueva forma del rol del estado
enfrentada a una sociedad en el que el problema son los cambios de paradigmas
en todos los aspectos de la sociedad, las reformas se esfuerzan por respetar el
modelo clásico introduciéndole nuevos elementos que, al no formar parte del
modelo original, no tienen suficiente fuerza como para transformarlo.
La noción de paradigma representa una versión de
cambio de ideas viejas en pro de nuevas posiciones socioculturales, el cambio
de paradigma tecno-económico del que se habla es una transformación del patrón
tecnológico y organizativo, más aún, es un cambio de sentido común en lo que
respecta a las prácticas más eficientes tanto en la producción como en las
demás actividades sociales.
El origen del cambio de paradigma es una revolución
tecnológica. Una revolución que resulta de la fusión e integración de dos
grandes vertientes de cambio: una, la revolución informática, la que todo el
mundo reconoce como tal, iniciada en Estados Unidos y difundiéndose por el
mundo desde los años setenta y, la otra, la revolución organizativa,
desarrollada en Japón y adoptada cada vez más ampliamente desde los años
ochenta. Estos dos cambios son de enorme trascendencia. Es difícil para
nosotros entender la profundidad de las transformaciones que este proceso de
destrucción creadora ha venido haciendo en el mundo desarrollado y en más y más
países periféricos.
El gran problema, al enfrentar el reto del desarrollo
en esta época, es que no nos hemos dado cuenta de hasta dónde es importante
para nosotros comprender la naturaleza de este cambio para poder identificar el
nuevo espacio de lo posible. Un cambio de paradigma tecno-económico es un
cambio en las herramientas y en los modos de hacer las cosas, es un cambio en
patrones organizativos y en posibilidades tecnológicas, es encontrarse frente a
un enorme potencial de generación de riqueza, cuyo aprovechamiento exige
adoptar una nueva lógica.
Alvin Toffler, por ejemplo, la equipara a las
revoluciones agrícola e industrial. Es decir, a fenómenos que tienen una
duración de varios siglos.
Es muy común que la gente de una época turbulenta y
llena de incertidumbre piense que lo que está experimentando es único y en todo
caso sólo tiene antecedentes muy lejanos. Esa postura conceptual nos coloca en
un limbo en términos de entender lo que está pasando.
Por una parte, de manera directa, hay una
transformación en la empresa. Toda empresa que quiera seguir siendo competitiva
hoy en día, toda empresa que quiera entrar en el mundo de la globalización,
obviamente, tiene que ir aplicando toda la lógica del nuevo paradigma tecno-económico,
porque, si no, se queda atrás.
Pero también cambian profundamente las condiciones y
las oportunidades para el desarrollo. Ya no se puede aplicar mecánicamente la
política que fue efectiva en la época de la sustitución de importaciones, en la
época de la producción en masa. Al menos, no en su conjunto. Esto no quiere
decir que algunos elementos aislados no se puedan incorporar a otro conjunto
que sea adecuado al nuevo contexto y al nuevo potencial. Cada época presenta
oportunidades distintas y las políticas de desarrollo, para tener éxito, tienen
que adecuarse a las posibilidades concretas de su tiempo.
La oportunidad que tenemos ahora tiene otro carácter y
la forma de enfrentarla es otra. Vamos a mirar qué significa eso, no sin antes
advertir que ese nuevo potencial de generación de riquezas lo moldean y lo
definen las fuerzas sociales. Ese nuevo potencial requiere un marco social,
institucional y político capaz de aprovecharlo. Cada vez que aparece una nueva
revolución tecnológica se dan unos cambios sociales y políticos masivos. Pero
la historia no está escrita con una sola pluma. El espectro de opciones es muy
amplio y se puede aprovechar de mil maneras.
Lo que no es viable es continuar por los caminos ya
inviables. La última vez, con la revolución tecnológica de la producción en
masa, se implantaron sistemas muy distintos, aunque todos eran adecuados a ese
paradigma: el socialismo soviético, el fascismo, la democracia Keynesiana y lo
que podríamos llamar el estatismo desarrollista en el Tercer Mundo. Cada uno de
esos modelos se implantó con infinidad de variantes. A pesar de las profundas
diferencias que los separan, todos fueron relativamente exitosos en dar grandes
saltos económicos en base a la producción en masa, basados en un rol económico
importante del Estado central y otras características morfológicas comunes.
Ahora tenemos otro paradigma y tenemos que inventar
otro modelo. Y cuando les digo inventar, les digo, de verdad, ¡inventar!
Necesitamos empezar a pensar de una nueva manera y entender, adoptar y adaptar
los nuevos principios de práctica óptima. Porque el poder transformador, el
poder orientador, de ese nuevo potencial está en la comprensión del nuevo
paradigma. Sólo comprendiendo en qué consiste, cuál es su lógica, vamos a poder
moldearlo, utilizarlo y aprovecharlo en función de nuestros objetivos como
sociedad.
El cambio de paradigma tecno-económico del que vamos a
hablar es una transformación del patrón tecnológico y organizativo, más aún, es
un cambio de sentido común en lo que respecta a las prácticas más eficientes
tanto en la producción como en las demás actividades sociales.
El origen de ese cambio de paradigma es una revolución
tecnológica. Una revolución que resulta de la fusión e integración de dos
grandes vertientes de cambio: una, la revolución informática, la que todo el
mundo reconoce como tal, iniciada en Estados Unidos y difundiéndose por el
mundo desde los años setenta y, la otra, la revolución organizativa,
desarrollada en Japón y adoptada cada vez más ampliamente desde los años
ochenta. Estos dos cambios son de enorme trascendencia. Es difícil entender la
profundidad de las transformaciones que este proceso de destrucción creadora ha
venido haciendo en el mundo desarrollado y en más y más países periféricos.
El hombre como tal, se define claramente como un ser
social. Desde allí entonces deben partir todos los principios que incluyan a la
sociedad, comenzando con el compromiso que tiene como ser humano social, y con
el desarrollo del bienestar colectivo, el que a su vez contribuye con su propio
bienestar.
El símbolo superior del progreso del hombre, es el
Estado, el que corresponde a una forma de organización humana, al interior de
un territorio , al que se ha dado en llamar nación/país/estado , en el que
tiene existencia real un determinado orden social, político jurídico y
económico, el que es establecido a través de ciertas normativas, que pueden ser
definidas de acuerdo a la cultura organizativa del grupo humano, las que han
sido claramente orientadas al logro del bien común de la sociedad. El estado
así definido, es sostenido, por medio de una autoridad central o gobierno
dotado de poderes de coacción suficientes.
Así desde el punto de vista del funcionamiento y con
objeto que la organización tenga sentido, el Estado cuenta con a lo menos tres
elementos centrales; a saber: “La Existencia de un Grupo Humano Organizado”,
“Un Territorio” y “Un Poder Central”. A partir de estas condiciones el estado
ha de cumplir con un rol fundamental en la organización, y es justamente el
mantener y controlar la administración de ese poder central. De este modo, el
poder es ejercido por la autoridad, el que nace de la representación que las
personas le entregan a sus representantes a través del voto, la autoridad que
genera tiene la responsabilidad de mantener los patrones de legalidad e
ilegalidad, para que sean respetados por las mayorías dentro de los límites del
estado.
Esta “Organización Social” desarrollada en una zona
geográfica y al interior de un territorio; exhibe entre sus principales
fundamentos el tema de la “Justicia Social”, fin último de la política y rol
que debe cumplir el estado. Sentido en el cual se establece con claridad que
los hombres que participan de la sociedad, deben aceptar como principio
fundamental la participación de toda tendencia, raza, ideas, credos,
convicciones, situación económica y actividades.
Así, se puede concebir que la organización y actividad
del estado, se conforman básicamente de dos sectores “Privado y Público”, los
que son vistos por sus propias actividades como los aliados del Estado, en
procurar el bienestar de las personas. Sentido en el cual las organizaciones
sociales, son vistas con capacidad para desplazar la función del estado, en sus
diversos roles orientados a lo social y a través de ello cobrar la fuerza
suficiente para generar el bienestar de las personas. Luego
En relación al Estado y particularmente del mercado,
el economista de la escuela de Chicago Milton Friedman, postula que: “ambos son
principios de organización social antagónicos e irreconciliables: el mercado no
sólo es importante en términos de desempeño económico, sino que es a su vez es
el núcleo fundamental que preserva la libertad económica y política. El estado
por el contrario, es el depositario de la coerción y el autoritarismo: es la
cuna de la opresión, tanto como el mercado lo es de la libertad. La lucha por
esta última, en consecuencia, se entabla entre dos colosos: el mercado y el
Estado. En la medida en que el primero logra triunfar sobre el Estado asegura a
la sociedad civil el pleno disfrute de los bienes terrenales sin interferencia
coercitiva de ninguna especie. Recordemos que éstas sólo se originan en la
esfera política, y el mercado es por definición anterior a la política. Cuando
éste es derrotado a manos del Estado, las libertades individuales son sofocadas
desde su misma cuna”.
En consecuencia Friedman antepone el mercado por sobre
el lugar que ha de tener el hombre como ser social, se soslaya la libertad
plena de elegir a pesar de que el extracto corresponde al Libro de Milton
Friedman “La Libertad de Elegir”, pues el hombre es sometido al mercado y solo
puede elegir bajo las condiciones que se imponen por el mercado y no entre las
reales necesidades de las personas.
Desde otra perspectiva el rol del estado, reconoce en
la democracia y en el sistema democrático su mejor ambiente, y por ello también
lo es para los movimientos políticos democráticos. El rol del Estado entonces,
acepta la diversidad en las posiciones filosóficas y políticas, admitiendo que
los partidos políticos son instituciones cuya fuerza ayuda en la preservación
de la democracia constituyéndose en un medio legitimo, para asegurar la
libertad, garantizar la tolerancia, la justicia social, el reparto equitativo
de la riqueza, y la igualdad de oportunidades para la sociedad civil.La sociedad neoliberal está agotada, hoy ya no es
capaz de dar respuesta a las necesidades actuales y menos a las futuras de los
ciudadanos en cuanto la conformación de una nueva forma del rol del estado
enfrentada a una sociedad en el que el problema son los cambios de paradigmas
en todos los aspectos de la sociedad, las reformas se esfuerzan por respetar el
modelo clásico introduciéndole nuevos elementos que, al no formar parte del
modelo original, no tienen suficiente fuerza como para transformarlo.
La noción de paradigma representa una versión de
cambio de ideas viejas en pro de nuevas posiciones socioculturales, el cambio
de paradigma tecno-económico del que se habla es una transformación del patrón
tecnológico y organizativo, más aún, es un cambio de sentido común en lo que
respecta a las prácticas más eficientes tanto en la producción como en las
demás actividades sociales.
El origen del cambio de paradigma es una revolución
tecnológica. Una revolución que resulta de la fusión e integración de dos
grandes vertientes de cambio: una, la revolución informática, la que todo el
mundo reconoce como tal, iniciada en Estados Unidos y difundiéndose por el
mundo desde los años setenta y, la otra, la revolución organizativa,
desarrollada en Japón y adoptada cada vez más ampliamente desde los años
ochenta. Estos dos cambios son de enorme trascendencia. Es difícil para
nosotros entender la profundidad de las transformaciones que este proceso de
destrucción creadora ha venido haciendo en el mundo desarrollado y en más y más
países periféricos.
El gran problema, al enfrentar el reto del desarrollo
en esta época, es que no nos hemos dado cuenta de hasta dónde es importante
para nosotros comprender la naturaleza de este cambio para poder identificar el
nuevo espacio de lo posible. Un cambio de paradigma tecno-económico es un
cambio en las herramientas y en los modos de hacer las cosas, es un cambio en
patrones organizativos y en posibilidades tecnológicas, es encontrarse frente a
un enorme potencial de generación de riqueza, cuyo aprovechamiento exige
adoptar una nueva lógica.
Alvin Toffler, por ejemplo, la equipara a las
revoluciones agrícola e industrial. Es decir, a fenómenos que tienen una
duración de varios siglos.
Es muy común que la gente de una época turbulenta y
llena de incertidumbre piense que lo que está experimentando es único y en todo
caso sólo tiene antecedentes muy lejanos. Esa postura conceptual nos coloca en
un limbo en términos de entender lo que está pasando.
Por una parte, de manera directa, hay una
transformación en la empresa. Toda empresa que quiera seguir siendo competitiva
hoy en día, toda empresa que quiera entrar en el mundo de la globalización,
obviamente, tiene que ir aplicando toda la lógica del nuevo paradigma tecno-económico,
porque, si no, se queda atrás.
Pero también cambian profundamente las condiciones y
las oportunidades para el desarrollo. Ya no se puede aplicar mecánicamente la
política que fue efectiva en la época de la sustitución de importaciones, en la
época de la producción en masa. Al menos, no en su conjunto. Esto no quiere
decir que algunos elementos aislados no se puedan incorporar a otro conjunto
que sea adecuado al nuevo contexto y al nuevo potencial. Cada época presenta
oportunidades distintas y las políticas de desarrollo, para tener éxito, tienen
que adecuarse a las posibilidades concretas de su tiempo.
La oportunidad que tenemos ahora tiene otro carácter y
la forma de enfrentarla es otra. Vamos a mirar qué significa eso, no sin antes
advertir que ese nuevo potencial de generación de riquezas lo moldean y lo
definen las fuerzas sociales. Ese nuevo potencial requiere un marco social,
institucional y político capaz de aprovecharlo. Cada vez que aparece una nueva
revolución tecnológica se dan unos cambios sociales y políticos masivos. Pero
la historia no está escrita con una sola pluma. El espectro de opciones es muy
amplio y se puede aprovechar de mil maneras.
Lo que no es viable es continuar por los caminos ya
inviables. La última vez, con la revolución tecnológica de la producción en
masa, se implantaron sistemas muy distintos, aunque todos eran adecuados a ese
paradigma: el socialismo soviético, el fascismo, la democracia Keynesiana y lo
que podríamos llamar el estatismo desarrollista en el Tercer Mundo. Cada uno de
esos modelos se implantó con infinidad de variantes. A pesar de las profundas
diferencias que los separan, todos fueron relativamente exitosos en dar grandes
saltos económicos en base a la producción en masa, basados en un rol económico
importante del Estado central y otras características morfológicas comunes.
Ahora tenemos otro paradigma y tenemos que inventar
otro modelo. Y cuando les digo inventar, les digo, de verdad, ¡inventar!
Necesitamos empezar a pensar de una nueva manera y entender, adoptar y adaptar
los nuevos principios de práctica óptima. Porque el poder transformador, el
poder orientador, de ese nuevo potencial está en la comprensión del nuevo
paradigma. Sólo comprendiendo en qué consiste, cuál es su lógica, vamos a poder
moldearlo, utilizarlo y aprovecharlo en función de nuestros objetivos como
sociedad.
El cambio de paradigma tecno-económico del que vamos a
hablar es una transformación del patrón tecnológico y organizativo, más aún, es
un cambio de sentido común en lo que respecta a las prácticas más eficientes
tanto en la producción como en las demás actividades sociales.
El origen de ese cambio de paradigma es una revolución
tecnológica. Una revolución que resulta de la fusión e integración de dos
grandes vertientes de cambio: una, la revolución informática, la que todo el
mundo reconoce como tal, iniciada en Estados Unidos y difundiéndose por el
mundo desde los años setenta y, la otra, la revolución organizativa,
desarrollada en Japón y adoptada cada vez más ampliamente desde los años
ochenta. Estos dos cambios son de enorme trascendencia. Es difícil entender la
profundidad de las transformaciones que este proceso de destrucción creadora ha
venido haciendo en el mundo desarrollado y en más y más países periféricos.
El hombre como tal, se define claramente como un ser
social. Desde allí entonces deben partir todos los principios que incluyan a la
sociedad, comenzando con el compromiso que tiene como ser humano social, y con
el desarrollo del bienestar colectivo, el que a su vez contribuye con su propio
bienestar.
El símbolo superior del progreso del hombre, es el
Estado, el que corresponde a una forma de organización humana, al interior de
un territorio , al que se ha dado en llamar nación/país/estado , en el que
tiene existencia real un determinado orden social, político jurídico y
económico, el que es establecido a través de ciertas normativas, que pueden ser
definidas de acuerdo a la cultura organizativa del grupo humano, las que han
sido claramente orientadas al logro del bien común de la sociedad. El estado
así definido, es sostenido, por medio de una autoridad central o gobierno
dotado de poderes de coacción suficientes.
Así desde el punto de vista del funcionamiento y con
objeto que la organización tenga sentido, el Estado cuenta con a lo menos tres
elementos centrales; a saber: “La Existencia de un Grupo Humano Organizado”,
“Un Territorio” y “Un Poder Central”. A partir de estas condiciones el estado
ha de cumplir con un rol fundamental en la organización, y es justamente el
mantener y controlar la administración de ese poder central. De este modo, el
poder es ejercido por la autoridad, el que nace de la representación que las
personas le entregan a sus representantes a través del voto, la autoridad que
genera tiene la responsabilidad de mantener los patrones de legalidad e
ilegalidad, para que sean respetados por las mayorías dentro de los límites del
estado.
Esta “Organización Social” desarrollada en una zona
geográfica y al interior de un territorio; exhibe entre sus principales
fundamentos el tema de la “Justicia Social”, fin último de la política y rol
que debe cumplir el estado. Sentido en el cual se establece con claridad que
los hombres que participan de la sociedad, deben aceptar como principio
fundamental la participación de toda tendencia, raza, ideas, credos,
convicciones, situación económica y actividades.
Así, se puede concebir que la organización y actividad
del estado, se conforman básicamente de dos sectores “Privado y Público”, los
que son vistos por sus propias actividades como los aliados del Estado, en
procurar el bienestar de las personas. Sentido en el cual las organizaciones
sociales, son vistas con capacidad para desplazar la función del estado, en sus
diversos roles orientados a lo social y a través de ello cobrar la fuerza
suficiente para generar el bienestar de las personas. Luego
En relación al Estado y particularmente del mercado,
el economista de la escuela de Chicago Milton Friedman, postula que: “ambos son
principios de organización social antagónicos e irreconciliables: el mercado no
sólo es importante en términos de desempeño económico, sino que es a su vez es
el núcleo fundamental que preserva la libertad económica y política. El estado
por el contrario, es el depositario de la coerción y el autoritarismo: es la
cuna de la opresión, tanto como el mercado lo es de la libertad. La lucha por
esta última, en consecuencia, se entabla entre dos colosos: el mercado y el
Estado. En la medida en que el primero logra triunfar sobre el Estado asegura a
la sociedad civil el pleno disfrute de los bienes terrenales sin interferencia
coercitiva de ninguna especie. Recordemos que éstas sólo se originan en la
esfera política, y el mercado es por definición anterior a la política. Cuando
éste es derrotado a manos del Estado, las libertades individuales son sofocadas
desde su misma cuna”.
En consecuencia Friedman antepone el mercado por sobre
el lugar que ha de tener el hombre como ser social, se soslaya la libertad
plena de elegir a pesar de que el extracto corresponde al Libro de Milton
Friedman “La Libertad de Elegir”, pues el hombre es sometido al mercado y solo
puede elegir bajo las condiciones que se imponen por el mercado y no entre las
reales necesidades de las personas.
Desde otra perspectiva el rol del estado, reconoce en
la democracia y en el sistema democrático su mejor ambiente, y por ello también
lo es para los movimientos políticos democráticos. El rol del Estado entonces,
acepta la diversidad en las posiciones filosóficas y políticas, admitiendo que
los partidos políticos son instituciones cuya fuerza ayuda en la preservación
de la democracia constituyéndose en un medio legitimo, para asegurar la
libertad, garantizar la tolerancia, la justicia social, el reparto equitativo
de la riqueza, y la igualdad de oportunidades para la sociedad civil.
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