Pablo Neruda :
Allende
Confieso que he vivido. Chile, 14 de septiembre
de 1973
Mi pueblo ha sido el más traicionado
de este tiempo.
De los desiertos del salitre, de las minas
submarinas del carbón , de las alturas terribles donde
yace el cobre y lo extraen con trabajos inhumanos las manos de mi pueblo, surgió un movimiento liberador de magnitud grandiosa. Ese movimiento llevó a la presidencia de Chile a un hombre llamado Salvador Allende, para
que realizara reformas y medidas de justicia inaplazables, para que rescatara
nuestras riquezas nacionales de las garras extranjeras.
Donde estuvo, en los países más lejanos, los pueblos admiraron al presidente Allende y elogiaron el
extraordinario pluralismo de nuestro gobierno . Jamás en la
historia de la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, se escuchó una ovación como la que le brindaron al
presidente de Chile los delegados de todo el mundo. Aquí en Chile se
estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente
justa, elevada sobre la base de nuestra soberania, de nuestro orgullo nacional,
del heroísmo de los mejores habitantes de
Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena,
estaban la Constitución y la ley, la democracia y la
esperanza.
Del otro lado no faltaba nada. Tenían arlequines y polichinelas, payasos a granel, terroristas de pistola y
cadena, monjes falsos y militares degradados. Unos u otros daban vueltas en el
carrusel del despecho. Iban tomados de la mano el fascista Jarpa con sus
sobrinos de Patria y Libertad, dispuestos a romperles la cabeza y el alma a
cuanto existe, con tal de recuperar la gran hacienda que ellos llamaban Chile.
Junto con ellos, para amenizar la farándula, danzaba un gran banquero y bailarín , algo manchado de sangre; era el campeón de rumba González Videla, que rumbeando entregó hace tiempo su
partido a los enemigos del pueblo. Ahora era Frei quien ofrecía su partido demócrata - cristiano a los mismos
enemigos del pueblo, y bailaba además con el ex coronel Viaux, de cuya
fechoría fue cómplice. Estos
eran los principales artistas de la comedia. Tenían preparados
los viveros del acaparamiento, los miguelitos, los garrotes y las mismas balas
que ayer hirieron de muerte a nuestro pueblo en Iquique, en Ranquil, en
Salvador, en Puerto Montt, en la Jose María Caro, en
Frutillar, en Puente Alto y en tantos otros lugares. Los asesinos de Hernán Mery bailaban con naturalidad santurronamente. Se sentían ofendidos de que les reprocharan esos pequeños detalles.
--
Chile tiene una larga historia civil con pocas
revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos
presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes:
Balmaceda y Allende. Es curioso que los dos provinieran del mismo medio, de la
burguesía adinerada, que aquí se hace llamar aristocracia. Como hombres de principios, empeñados en engrandecer un país empequeñecido por la
mediocre oligarquía, los dos fueron conducidos a la
muerte de la misma manera. Balmaceda fue llevado al suicidio por resistirse a
entregar la riqueza salitrera a las compañías
extranjeras.
Allende fue asesinado por haber nacionalizado
la otra riqueza del subsuelo chileno, el cobre. En ambos casos la oligarquía chilena organizó revoluciones sangrientas. En ambos
casos los militares hicieron jauría. Las compañías inglesas en
la ocasión de Balmaceda, las norteamericanas
en la ocasión de Allende, fomentaron y
sufragaron estos movimientos militares.
En ambos casos las casas de los presidentes
fueron desvalijadas por órdenes de nuestros distinguidos
aristócratas. Los salones de Balmaceda
fueron destruidos a hachazos. La casa de Allende, gracias al progreso del
mundo, fue bombardeada desde el aire por nuestros heroicos aviadores. Sin
embargo, estos dos hombres fueron muy diferentes. Balmaceda fue un orador
cautivante. Tenía una complexión imperiosa que lo acercaba más al mando unipersonal. Estaba
seguro de la elevación de sus propósitos. En todo instante se vió rodeado de enemigos. Su
superioridad sobre el medio en que vivía era tan grande, y tan grande su
soledad, que concluyó por reconcentrarse en sí mismo. El pueblo que debía ayudarle no existía como fuerza, es decir, no estaba organizado. Aquel presidente estaba
condenado a conducirse como iluminado , como un soñador: un sueño de grandeza se quedó en sueño. Después de su asesinato, los rapaces mercaderes extranjeros y los
parlamentarios criollos entraron en posesión del salitre:
para los extranjeros, la propiedad y las consesiones ; para los criollos las
coimas. Recibidos los treinta dineros todo volvió a su
normalidad. La sangre de unos cuantos miles de hombres del pueblo se secó pronto en los campos de batalla. Los obreros más explotados
del mundo, los de las regiones del norte de Chile, no cesaron de producir
inmensas cantidades de libras esterlinas para la City de Londres.
Allende nunca fue un gran orador. Y como
estadista era un gobernante que consultaba todas sus medidas. Fue el
antidictador, el demócrata principista hasta en los
menores detalles. Le tocó un país que ya no era
el pueblo bisoño de Balmaceda; encontró una clase obrera poderosa que sabía de qué se trataba. Allende era dirigente colectivo; un hombre que, sin salir
de las clases populares, era un producto de la lucha de esas clases contra el
estancamiento y la corrupción de sus explotadores. Por tales
causas y razones, la obra de que realizó en tan corto
tiempo es superior a la de Balmaceda; más aun, es la más importante en la historia de Chile. Sólo la
nacionalización del cobre fue una empresa titánica, y muchos objetivos más se cumplieron bajo su gobierno de
esencia colectiva.
Las obras y los hechos de Allende, de
imborrable valor nacional, enfurecieron a los enemigos de nuestra liberación. El simbolismo trágico de esta crisis se revela en el bombardeo
del Palacio de Gobierno; uno evoca la Blitz Krieg de la aviación nazi contra indefensas ciudades extranjeras, españolas, inglesas, rusas; ahora sucedía el mismo
crimen en Chile; pilotos chilenos atacaban en picada el palacio que durante
siglos fue el centro de la vida civil del país.
Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres dias de los hechos
incalificables que llevaron a la muerte de mi gran compañero el presidente Allende. Su asesinato se mantuvo en silencio; fue
enterrado secretamente; sólo a su viuda le fue permitido
acompañar aquel inmortal cadaver. La versión de los agresores es que hallaron su cuerpo inerte, con muestras de
visible suicidio. La versión que ha sido publicada en el
extranjero es diferente. A reglón seguido del bombardeo aéreo entraron en acción los tanques , muchos tanques, a
luchar intrépidamente contra un solo hombre: el
Presidente de la República de Chile, Salvador Allende,
que los esperaba en su gabinete, sin más compañía que su corazón , envuelto en humo y llamas.
Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque nunca
renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue
enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el
dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada
por las balas de las metralletas de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario