Lo ví transitar por las barracas con su espíritu en alto y con decencia frente a la atrocidad.
UNA SIMPLE SEMBLANZA
Nada ni
nadie pudo jamás quebrarlo.
Nada ni
nadie pudo jamás hacerlo abjurar de sus ideas de siempre. Nada ni nadie, ni los
más atroces dolores morales pudieron envenenar su alma.
Porque en
los corazones de los hombres eminentes, porque en el espíritu de la gente con grandeza
- como él - no caben los sentimientos mezquinos de venganza, odios, rencores.
Sólo hay un sentimiento inalienable de justicia...
Recuerdo
una inhóspita y sombría prisión. Varias decenas de hombres, vigilados estrechamente
por duros carceleros, se debaten en medio de una angustia diaria. Separados de sus
seres queridos, lejos de su hogar, sabiendo de la muerte de muchos de sus
amigos y compañeros, uno de esos prisioneros mantenía dentro de sus
limitaciones - una pulcra actitud en el vestir.
Empeñosamente,
cada día, lavaba su camisa blanca, se colocaba cuidadosamente su corbata y
lucía sus zapatos, su único par de zapatos escrupulosamente lustrados.
Un día el
jefe del campo de concentración se le acerca para preguntarle con curiosidad:-
"Dígame, ¿para qué anda con corbata todos los días? ¿No le molesta?"
El prisionero lo miró desde su alta estatura y
le repuso con su característico acento serio y reposado:
- "
Para serle franco, de todas las cosas que nos están pasando, la corbata es lo
que menos me molesta".
Ese
prisionero que dio esa respuesta era don EDGARDO ENRÍQUEZ FRÖDDEN, preso en la
Isla Dawson.
Del elogio
fúnebre del Senador Anselmo Sule en las exequias de Edgardo Enríquez Frödden
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